Durante el año tenemos varios “tiempos” en los cuales distribuimos la lectura de la Palabra de Dios, meditamos sobre un aspecto de la vida de Jesús, y profundizamos en un misterio de la vida de Jesús. Tenemos el tiempo de Adviento, de Navidad, de Pascua, etc. Y hay un tiempo bastante peculiar, que probablemente sabemos poco de él, es el llamado Tiempo Ordinario y es aquella parte del año litúrgico cristiano distinto de los llamados Tiempos fuertes: Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Por ejemplo, después del Domingo de Pentecostés, que pone fin a la Pascua, se inicia una de etapas de tiempo ordinario. ¡Efectivamente! Estamos en junio, y vivimos en tiempo ordinario.
¿Por qué se llama así? La respuesta es sencilla: se llama “tiempo ordinario”, porque en dicho tiempo se medita sobre la “vida ordinaria” de Jesús, es decir, qué hizo con sus discípulos, los lugares que visitó, los milagros que realizó. Pero, a diferencia de otros tiempos, en el tiempo ordinario se profundiza en la vida cotidiana Jesús. Por ejemplo, en el tiempo de Navidad se profundiza sobre el nacimiento de Jesús, en el tiempo de Pascua se profundiza en la Resurrección de Jesús, mientras que en el tiempo ordinario no hay un misterio específico que se profundice, sino más bien se acompaña a Jesús en sus “actividades” de día a día.
Y ahora ya sabemos, se llama ordinario porque acompañamos a Jesús en su vida ordinaria.