La vocación o llamada a la vida religiosa para mí es algo que se va realizando cada día. No es algo estático, algo que decidí y ya está hecho. Lo primero, que no es algo que yo decida, sino que quien toma la iniciativa es Dios. Es El, el que te llama, y depende de cómo le escuches, y de que secundes esa llamada. Pero claro, lo que os preguntaréis y lo que dentro de vosotros estará siendo una pregunta ahora es, ¿cómo saber que es una llamada de Dios?
Por mi experiencia os digo que no se tienen las cosas muy aseguradas, pero sí que fue lo que me llevó a buscar. Y subrayaría la palabra buscar , es lo que dentro de mí iba sintiendo allá por los 17 años. Y ¿qué sentías?- me preguntaréis- pues, que por entonces yo pertenecía a un grupo de jóvenes que nos encargábamos de enseñar catequesis, de preparar los fines de semana para los chicos con cine, juegos de mesa etc. Yo salía de allí con un sentimiento agradable, me sentía feliz, algo que me llenaba y me hacía preguntarme el porqué de esos sentimientos. Yo los contrastaba con la alegría que podía sentir al salir de paseo con mis amigas, de ir al cine, e incluso del día que podía ver y estar con el chico que me agradaba en aquel tiempo.
A la vuelta del paseo en casa por la noche al acostarme yo sentía que dentro de mí no había esa alegría que había experimentado cuando estaba dedicada a los demás, en este caso a esos chicos de catequesis. Dios siempre se vale de mediaciones para guiarnos, para ir mostrándonos aquello que Él quiere darnos a entender, a conocer. Y puso en mi camino una religiosa, que nos iba ayudando a preparar esas catequesis para los chicos, y con ello surgió en mí otras muchas preguntas al ver a esta religiosa contenta, satisfecha, y sobre todo yo veía que con su vida estaba comunicándose con Dios, porque enseñaba conocimiento, cercanía a Dios, y lo transmitía. A mí me transmitió el deseo de buscar a Dios de verdad en mi vida. Y nada puede importar más que encontrar a Dios. ¿Sabéis por qué? Porque El solo da plenitud, y da felicidad a nuestra vida.
La verdad más profunda de cualquier persona es responder a la única pregunta: ¿Dónde quieres Señor que te sirva, que yo gaste mi vida? Y de ahí siguieron surgiendo en mí las preguntas:
¿Qué es lo que puede dar sentido a mi vida? ¿En qué y para quién vivir mi vida? Las preguntas fundamentales nunca abandonan, y de una manera u otra siguen ahí llamando a nuestra puerta hasta que vamos encontrando la manera de darle respuesta. Esto puede durar años.
Si cada uno de nosotros no encontramos esa respuesta única para cada uno, no habremos abierto el regalo de nuestra vida. Y un regalo es para donarlo, para darlo, para manifestar amor. Necesitamos atrevernos a buscar la respuesta, arriesguemos, que no creamos que hemos dado ya la respuesta en un momento. Mi respuesta no terminó el día que yo decidí ser religiosa. No, ahí comenzó otras muchas preguntas, y fue clave en mi vida antes de profesar la pregunta que en el evangelio de Juan 1,38 dirige Jesús a los discípulos de Juan el Bautista. ¿Qué buscáis? La sentí como una pregunta muy directa, para responderme a mí misma con toda sinceridad qué era lo que iba buscando. Porque ahora, mirando hacia atrás en todo lo vivido, experimento que lo más importante no es lo que hago; profesora, misionera. No, todo ello lo fundamental es la búsqueda de la Voluntad de Dios en mi vida, pero en el día a día, en los momentos especiales (más fuertes) que desea algo más concreto de mí, como pudo ser que me fuera a Corea del sur en 1988.
Os aseguro que la vocación a la vida religiosa es una aventura de búsqueda del Dios vivo y real en mi vida. Y ese Dios desea respuestas diversas en cada momento de nuestra vida, pero con algo en común; transparentar que Dios nos ama y que necesita que lo comuniquemos.
Con mi experiencia de misionera en Corea del Sur, os puedo decir lo que yo he descubierto lo que es ser misionera. Es estar ahí al lado de las personas, conocerlas, y vivir tu fe junto a ellas, aprendiendo muchas cosas de su cultura, y sintiéndote como un niño, porque en un idioma tan difícil y diferente al nuestro, tienes que comenzar como un niño de guardería, ¡ah!, y aunque lleves allí mucho tiempo sientes que te falta el poder expresarte como tú quieres. Son limitaciones, que la persona tiene que acoger, aceptar y vivir con ellas, para abrirse a otras realidades que te enseñan. Y ¿qué enseñan? Pues lo primero, que no somos el ombligo del mundo, que hay otras culturas también validas, y con mucho que enseñar. Aprendes a escuchar, a tener paciencia, y a ver como actúa Dios en las personas. Para mí ha sido una gracia de la que estoy muy agradecida, pues me ha abierto los ojos a lo diverso, a lo diferente, y a valorar lo que otras personas valoran. Creo que todos buscamos ser felices, y tenemos que abrirnos a aquello que nos puede hacer felices, porque nos saca de nosotros mismos y nos lleva a abrirnos a los demás. Ellos piensas que tú das, y yo pienso que ellos me han dado. Es un dar y recibir maravilloso, en el que no tenemos que sentirnos mejores, simplemente, hermanos con un Padre común.
Ser misionero no es lo que haces, sino como estás en medio de los que te toca vivir. Yo diría vivir tu fe, el amor a Dios y transmitirlo. Qué mayor regalo se puede compartir que la fe en Jesús, que se entregó por nosotros. Os animo jóvenes a que busquéis siempre en vuestra vida, aquella pregunta e interrogantes que os inquieta, y que no dejéis de seguir de preguntaros, hasta que la encontréis, porque encontraréis vuestra felicidad y con ellos. Todos tenemos que estar presentes y con ello conseguir las mismas pretensiones.