El 6 de marzo de 1988, durante las jornadas de confesiones en el colegio La Hora de Dios, al inicio de la cuaresma, me plantearon una pregunta que nunca nadie me había hecho: “¿Alguna vez has pensado en ser religiosa?” y… como respuesta, me reí a carcajadas y dije “¿yo? ¿religiosa? ¡nooo! ¡A mí me gusta mucho bailar! Y además yo quiero ser médico”.
El contexto de la pregunta era serio, y aunque parezca que no, mi respuesta también lo era. El sacerdote (Pasionista) que me hizo la pregunta -y con quien justo terminaba de confesarme- me “prestó” entonces un libro de San Gabriel de la Dolorosa, invitándome a leerlo y después conversar… Y me lo tomé en serio. Poco tiempo después comencé a buscar… para “ver” si Dios me quería religiosa o médico… porque otra cosa tenía muy clara: no quería ser profesora, y religiosas sólo conocía a las Concepcionistas y a las Hermanas Carmelitas de la Caridad, de Santa Joaquina de Vedruna, ambas dedicadas a la educación. El Señor se las ingenió para darme pronto la respuesta que, con corazón sincero, ya a mis 16 años recién cumplidos, estaba buscando.
Aunque vivía en Santo Domingo, en mi casa había chivos (cabras), y en esos días, una chiva abortó. Mamá me pidió que llevara enseguida el feto de cabrito al colegio (La Hora de Dios) para que lo pusieran en el laboratorio de Biología… Me la pasé tan mal que mamá me preguntó “¿y tú eres la que quiere ser médico?”. Esta experiencia me dio una respuesta: “médico, desde luego, no”… así que puse más empeño en mi búsqueda… “Bueno, voy a ver” era mi expresión interior… Comencé a ir a convivencias vocacionales a las que me invitaba este sacerdote, por supuesto con las Hermanas Pasionistas, ¡también educadoras! Y entretanto, más cosas siguieron pasando que, para cualquier persona pueden sonar a triviales, pero para mí, en ese momento fueron de suma importancia.
Las dos más significativas para mí: la primera, un rato de oración en la pequeña capilla del colegio, organizada por los seminaristas que estudiaban con nosotros, en el que el Señor me dirigió, como una invitación, sus palabras “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Esta experiencia me dio mucha alegría… pero a medida que iba cayendo en la cuenta de lo que significaba, me iba dando como miedito…
La segunda, la tarea de castellano sin hacer: la profesora había pedido llevar el editorial de cualquier periódico del día anterior, y me acordé de eso justo unos minutitos antes del timbre del colegio, con el agravante de que en casa no se había comprado el periódico, así que corrí a casa de una profesora vecina, donde sabía que lo iba a encontrar, y al escuchar el timbre del colegio (afortunadamente yo vivía enfrente y la puerta se abría al sonar el timbre), ella me dio todo el periódico para que lo buscara ya en el colegio… pero antes de encontrar el editorial, encontré un recuadrito donde decía “Inquirí en la Palabra del Señor: ‘No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios; yo te doy fuerzas, yo te auxilio, y con mi diestra victoriosa te sostendré’. Is. 41,10” Ante esto… ¿Cómo decir que no? …pero tampoco estaba muy segura de decir que sí… eso de ser educadora aún no me convencía mucho… pero bueno… seguí buscando, para “ver”.
Al final de un año de convivencias (una por mes), de visitas a la comunidad de las Hermanas Pasionistas, y de acompañamiento con el sacerdote, las Hermanas me dijeron que ya era tiempo de tomar una decisión… que no las visitara ni las llamara hasta que no decidiera dónde seguir al Señor, porque ellas veían claro que yo quería seguirle, pero que mi corazón no era Pasionista.
En el colegio las Hermanas también hacían convivencias, pero ninguna se había fijado en que yo pudiera estar interesada en asistir, así que no me invitaban… al fin me invitaron a una de un fin de semana, y pasado un corto tiempo… bueno, me dije, ¡“vamos a ver”! Comencé el “Aspirantado externo” (iba cada día a la comunidad para la formación y para hacer la Visita a la Virgen), luego … “Vamos a ver…”, comencé el Aspirantado ya viviendo en la casa de las Hermanas de mi barrio, en el Colegio La Hora de Dios, donde ya estudiaba desde mis primeros años de escuela… y así: “Vamos a ver”, inicié el Postulantado, y luego, “Bueno, Señor, vamos a ver” …dejé mi tierra para ir al Noviciado en Venezuela. El 8 de septiembre de 1993 hice mi Primera Profesión, y aunque no había visto todo, el Señor me había mostrado, sobre todo, que es fiel a sus palabras… y que Él me ha llamado y me sostiene. Así que mi sí, ya no fue un “Vamos a ver” sino un “Señor, vamos”, y hoy, ya unos más de 30 años después de aquella pregunta, y más de 25 de mi primera Profesión, en mi misión de Haití (donde llegué en 2016 desde Venezuela) como religiosa Concepcionista, estoy agradecida de cómo me ha cuidado y sostenido el Señor con su presencia constante, con su fidelidad que dura siempre, y que renueva su llamado cada día, acompañado de su promesa, cumplida también cada día: ‘No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios; yo te doy fuerzas, yo te auxilio, y con mi diestra victoriosa te sostendré’.